domingo, 3 de abril de 2011

Madrid.

¡Hola a todos! Bueno, hoy os traigo una foto MARAVILLOSA de Jota y un microrrelato, no tan maravilloso, mío. Aunque espero que os guste.

Madrid.

Dicen que las calles de Madrid guardan más de un secreto. Que sus callejones tienen salidas ocultas y sus grandes avenidas numerosas trampas para aquellos que no las conocen. Con varios millones de habitantes, la mitad madrileños, la mitad no, amanece cada día. Madrid es grande para el forastero, pequeña para el que conoce sus rincones, amable para aquellos a los que la suerte les sonríe, cruel para los que son desatendidos por la fortuna, alegre para el que sabe disfrutarla y melancólica para aquellos que ven en sus formas grises más de una triste historia. En una ciudad como esta no hay lugar para cielos estrellados, tampoco para almas débiles y cansadas de luchar. Cualquiera diría que Madrid es una ciudad de locos, pero aquel que la conoce sabe que en sus más recónditas esquinas reina la soledad más absoluta.
En uno de sus amaneceres, un viejo mendigo que nadie sabe de dónde viene ni adónde va, se deja morir en la Cibeles. Y, exhalando su último aliento, acierta al comprender que aquello que ve, que tan sólo él puede comprender, no entiende de riquezas. Pues ha visto mil amaneceres, ha conocido todas las caras de Madrid e incluso muchos de sus secretos. Ha comprendido que vivir es luchar, y que esta ciudad, aquella que le fue cruel y ahora le olvidaba, aquella de la que tanto se quejó, en realidad le había mostrado sus rincones para que pudiese esconderse de aquellos que de él se burlaban, le había proporcionado lo justo para sobrevivir y le había dado la única compañía que había tenido en su vida.
-Adiós, Madrid – susurra con dificultad. Y antes de cerrar los ojos, contempla el Sol iluminando la imponente fuente de la Cibeles por última vez.

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